miércoles, 2 de noviembre de 2016

Relato de un náugrago: Solo en el mar

Después de leer a García Márquez, os habéis inspirados y algunos habéis continuado la historia con verdadera maestría:
Jorge Cabrera, Náufrago 




En esos momentos me encontraba sin anhelo de seguir navegando en esa inmensa nube de agua. Tras unos cuantos segundos examinando el oscuro paisaje que me rodeaba, me di por vencido; era imposible que aquel diminuto avión me divisara entre la espesa opacidad que me rodeaba.

Unos minutos después, el minutero marcaba las nueve en punto. A pesar de mis nervios y mis ganas de volver a tierra, el tiempo se me pasó muy velozmente.

Supuse que en algún momento debería toparme con alguna planada de tierra sobre la que poderme detener, y así fue. En aquel preciso momento se veía a lo lejos una pequeña isla, era un diminuto grano de arroz, aunque aparentaba ser grande y fértil. No obstante, si reflexionaba negativamente, podría imaginarme un leve cambio de dirección en el que todas mis esperanzas y deseos de pisar tierra se desvanecerían por arte de magia.

Por suerte, a menos de unos quinientos metros se podía ver el enorme y pastoso terreno en el que podría descansar de esas incansables oleadas de espuma que chocaba contra la frágil barquita sobre la que me había mantenido a flote durante un largo tiempo.

Estaba ansioso por llegar, en lo único que pensaba era en lo mucho que me gustaría lanzarme a las aguas y nadar hacia mi salvación, pero me lo pensé dos veces antes de tirarme de lleno, pues esas enormes y hambrientas criaturas acuáticas seguían rondando por allí, así que me centre en seguir remando con los brazos.

Parecía que no estaba poblada, de hecho, daba la sensación de que nunca antes nadie había puesto un pie en el área.

Poco tiempo después, un tiempo que se me pasó verdaderamente rápido, llegué a la suave y húmeda arenilla que separaba el peligroso pero a la vez bello océano de la tierra.

A la vez que me montaba un refugio para continuar la noche dormitando, pensaba en lo insegura que era la isla, pues no conocía nada de aquel extraño lugar, ni me atrevía a salir a investigar, no fuera ser que me encontrara con una inesperada sorpresa. Estaba hambriento, pero ni se me paso por la cabeza ir a buscar alimento en la densa noche que estaba transcurriendo.

A la vez que sentía que mis párpados se cerraban poco a poco y que mis pestañas se rozaban con mis sonrojadas mejillas, percibí unos pasos no muy lejanos de la pequeña vivienda que me había fabricado.

En esos momentos de angustia y miedo, solo quería quedarme acurrucado entre el manto de hojas que me servía como sábana y esperar a que amaneciera. Estaba aterrorizado y la verdad es que no estaba muy seguro si los nervios se habían apoderado de mí y pensaba cosas que nunca antes se me habrían ocurrido o lo que era peor, que esos misteriosos pasos fueran reales y ahora mismo pudiera estar en un grave peligro…


 CARLA TRAVÉ MONTAÑÉS 2º C

Por un momento pensé que me había dormido, pero no fue así; empecé a sentir un cosquilleo, que me decía que los aviones no pasarían nunca, que no vería esas luces rojas y verdes. Eran las ocho y media, yo seguía mirando, en cualquier momento podrían aparecer pero no estaba seguro de ello. Se me cansaba la vista por momentos, intentaba convencerme de que me iban a recatar, que no me iba a comer cualquier bicho marino, pero mi conciencia no estaba tranquila y no conseguía convencerme a mí mismo. El miedo que sentía en esos momentos no lo podía remediar; por mas que pensaba que me iban a rescatar y que no iba a ser comido por tiburones, era en vano.

Eran las nueve de la noche, lo que en realidad era media hora, se me había pasado como cinco horas. De repente, empecé a ver entre las nubes unas luces que me recordaban a alas de los aviones, pero debían haber sido alucinaciones mías.

Esas luces empezaron a estar más cerca, ahora sí estaba seguro, eran los aviones. Hice señales, parecía que mi miedo desaparecía por momentos, pero el avión paso de largo, no me habían visto, el miedo volvió a mi cuerpo y temblaba de frio. Después de pasar para mí una eternidad, me quede dormido. Abrí los ojos, estaba amaneciendo, seguía con el mismo miedo, vi a lo lejos un barco, no tenía esperanzas… pero ese barco se acercaba casa vez más, era un barco de rescate.
NATALIA RUÍZ DE SENA 2ºA


En un instante vi unas luces de un avión que venía a rescatarme. Me invadió una gran alegría, pero pasaba el tiempo y vi que no se acercaba; me di cuenta que solo era fruto de mi imaginación. Me llevé una desilusión al pensar que nadie se daría cuenta que no estaba. Decidí descansar y ya con la mente fresca pensaría en cómo encontrar tierra firme.

Me levanté exhausto, porque pensé que era una pesadilla pero no, era la realidad, poco a poco empecé a entristecerme de pensar que mi vida acabaría tan pronto.

De repente, vi mi salvación: ¡Era una isla! Empecé a remar pero, como no tenía remos utilicé mis manos. Al llegar, me senté en la arena y, de repente, gritaron: ¡Sorpresa!  Eran mi profesor y mis compañeros de la escuela, estaba confuso. Mi profesor me contó que había superado la prueba de supervivencia y ya estaba preparado para cualquier cosa, todo era un montaje. Estaba enfadado por lo que me habían hecho pasar, pero estaba muy contento de haber podido superar esta prueba tan arriesgada.




CARLA ÑECO ESPINOSA 2ºA     


        Ya eran las nueve. Tenía mucho frío y me sentía adormilado, con sueño. De repente, se me cerraron los párpados y me dormí. Pasaron unas ocho horas, me despertaron los primeros rayos de Sol. Escuché como un animal pasaba por debajo de mí y con un grito se enredaba en la red. Empecé a sentir miedo más del que tenía, ahora un animal que desconocía se encontraba debajo de mí, atrapado pero que en cualquier momento podía soltarse y atacarme.

       Miré mi reloj, eran las cinco y media, una hora perfecta para que saliera un vuelo. Estuve más atento. Miré de nuevo mi reloj, eran la seis menos veinte. Contemple el cielo, estaba totalmente despejado y de un color azul oscurecido. De pronto, me pareció ver unas luces parecidas a la de un avión, me detuve y las observé con más atención. Efectivamente, esas luces pertenecían a las de un avión. Loco de alegría empecé a hacer gestos para que me viera el piloto, pero nada; el avión se acercaba y no descendía. Entonces oí un ruido, el animal que estaba atrapado se estaba escapando y parecía que era un tiburón. Sentí angustia, no sabía si los del avión me habían visto, ni si el tiburón me iba a atacar. Estaba perdido.          


MARÍA LUISA MAQUEDA LLACH 2º C            


A la mañana siguiente el tiempo iba cada vez más despacio: los minutos me parecían horas, las horas días, los días semanas…

Un mes después, cuando me había sentido obligado a beber mi orina, ya mi vida anterior al hundimiento del barco era un vago recuerdo. Cuando vi pasar cuatro aviones de salvamento me levanté y, con las últimas fuerzas que me quedaban, agite mis brazos; pero los aviones pasaron de largo cual tren en la vida. Ese mismo día no se de dónde ni cómo, pero una púa perdida de erizo de mar pincho mi balsa. Durante las dos horas que tardó en hundirse la barca (aunque me parecieron semanas) aún tenía esperanzas de ser rescatado, pero conforme desapareció mi balsa desapareció mi vida en el gran lienzo azul que es el mar.

MANU REY DOMENECH 2º A



A los pocos segundos, me quedé dormido profundamente.
Al amanecer, me desperté con los primeros rayos de sol por el horizonte. Estaba envuelto en un fuerte olor a agua salada, y mi tripa empezó a rugir, ya que hacía horas que no comía nada y tenía mucha hambre.
A pocos metros de mi balsa divisé unos peces, e intentando cogerlos para comérmelos, me resbalé y caí por la borda. Sentí el golpe de aquellas gélidas aguas rodeando todo mi cuerpo, y no pude evitar pensar en las inhóspitas criaturas que pasaban a escasa distancia.
Me pareció oír la sirena de un navío, pero creí que estaba sufriendo alucinaciones, debido a las circunstancias en las que me encontraba. En contra de mi pronóstico, un barco surgió de la nada, colmando todas mis esperanzas. Empecé a gritar y agitar los brazos lo máximo que pude, hasta que vi cómo se acercaba a mí. Cuando ya estuvo a mi lado, subí por la escalera y, una vez arriba, me encontré con tres señores muy amables, que me dieron ropa y comida. Les conté mi historia, todo lo que me había ocurrido, y prometieron llevarme de vuelta a casa. Así terminó mi aventura en el mar.

MANUELA LORA VELA 2º C

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