EL
MUNDO DE LOS PERDIDOS
No tenía que haber salido de mi casa. Sólo había
andado unos metros cuando vi algo brillante en el suelo. Mi familia andaba un
poco escasa de dinero, así que vi la posibilidad de ganar algo. Me agaché y lo
cogí. Era un anillo con una espiral y me lo puse en el dedo para no perderlo.
En cuanto crucé la esquina alguien gritó:” ¡Eh, tú!, ¿qué haces con eso?” Y
empezó a correr en mi dirección. Yo, asustado, lo imité y en cuanto vi una
esquina la doblé. Antes de que el hombre apareciese en esa calle tiraron de mi
brazo, hacia un callejón.
Era una chica de pelo castaño que le llegaba por
debajo del hombro, y unos ojos azul glacial. Supuse que era guapa pero no me dio
tiempo a pensarlo. Enseguida cogió una ballesta y cuando el hombre que me
perseguía pasó por delante del callejón le disparó e instantes después metió su
cuerpo en una alcantarilla. Luego, fríamente, se giró hacia mí:
-¡No tenías que haber cogido ese anillo!-
exclamó- Es más peligroso de lo que crees.
-No te entiendo- dije aturdido y confuso- solo
lo he cogido porque creía que tenía valor.
-¿Tienes el tatuaje?- preguntó mientras me
guiaba hacia el otro lado de la calle.
-¡Yo no tengo ningún tatuaje!- dije
desconcertado.
Ella se quitó la chaqueta y me enseñó el tatuaje
de su hombro. Tenía la misma forma que mi anillo, una espiral. Me volvió a
mirar:
-¿No sabes la historia, no?
-No- creí escucharla murmurar “novato” pero lo
dejé estar:
-¿Cómo te llamas?
-Soy Rodrick, tengo 14 años y vivo en East
Side.-
-No me conozco bien Nueva York, por cierto, yo
me llamo Victoria.
-¿Y a qué viene esto?- repliqué.
-Te lo tendré que contar.
-En 2017-explicó- como ya sabes, hubo una guerra
civil, después de eso hubo una crisis. La gente empezó a reunirse en grupos
para sobrevivir y algunos sucesos extraños empezaron a pasar. Los humanos
normales no os percatasteis de este suceso, pues sois muy ingenuos. Había gente
especial entre vosotros con poderes sobrenaturales. Hacia el año 2025, algunas
personas descubrieron esos poderes y se dividieron en dos bandos, dependiendo
de su objetivo de lo que buscasen. Los buscadores, buscaban la inmortalidad, y
los perdidos, intentaban evitarlo. Así durante muchos años estuvieron
enfrentados. El jefe de los perdidos, bando al que pertenezco, ya está
demasiado mayor y no sabemos si resistirá otro ataque. Cristian, su hijo,
podría ahora llevarlo a cabo, pero es de tu edad, es demasiado joven.
-Hemos llegado.- afirmó.
-Es un restaurante chino.-exclamé.
-Es lo que queremos que creáis.
Entramos. Había una mujer en el mostrador. Nos
acercamos y Victoria le enseñó su tatuaje y dijo:
-Viene conmigo.
Fuimos hasta una zona con un montón de puestos y
entramos en una que ponía “privado”.
Atravesamos un vestíbulo lleno de gente.
Seguimos hacia delante y entramos en un ascensor. Pulsó la planta 300, la más
alta, y fuimos a parar a un despacho. Allí, al fondo, había dos hombres, uno de
pie y otro sentado. Escuché algo como “no podemos seguir resistiendo” pero se
callaron cuando nos vieron; Victoria los miró y dijo:
-Padre. El hombre que estaba de pie la miró. Tenía
una placa en la camiseta que ponía “consejero militar”.
-Victoria, siéntate por favor.
-Queríamos hablar contigo de una cosa.- comentó
el hombre que estaba sentado. Era bajo y con el pelo gris. Podría tener 60
años, pero parecía que era más viejo.
-Sabemos que los buscadores avanzan y vienen a
atacarnos. Debéis hacer que todos los menores de 16 años bajen al sótano,
incluido Cristian. Y tú, Rodrick, acompáñala, te necesitamos vivo.
-¿Cómo ha sabido mi nombre?- pregunté extrañado.
-Telepatía. Es una de las ventajas de ser de esta
sociedad- explicó.
-También necesitamos que vayáis preparando las
armas. Y ahora, iros- continuó.
-¡Pero yo quiero ayudar!- exclamó Victoria.
-¡Victoria! No, y no se hable más. Bajad a la
planta -6. Victoria me cogió de mi brazo y me llevó hacia el ascensor. Me
volví:
-¿Qué está pasando?
-Te lo explicaré cuando lleguemos al refugio,
mandaremos un mensaje a los demás y ahora vamos a avisar a Cristian.- murmuró,
y asentí.
Fuimos hasta la planta 290. Allí había un
apartamento que parecía normal.
Un chico de mi edad con el pelo rubio y los ojos
verdes daba vueltas por la habitación susurrando, deduje que era Cristian. Se
volvió hacia nosotros:
-¿Qué quieres, Victoria?- dijo con cara seria,
parecía que nunca había sonreído.
-Tu padre dice que vayamos al refugio, ya hemos
avisado a los demás.
-Yo voy a ayudar.-afirmó- Tú no vengas, quédate
cuidando de él, lo necesitamos.
-Tú no puedes ir a luchar- sollozó- Te
necesitamos- noté como temblaba.
-Nadie lo impide- dijo mientras me echó un
mirada fulminante.
-Cerrad la puerta cuando os vayáis.
Cuando estábamos bajando vi que Victoria se
limpiaba una lágrima de la mejilla. Aparecimos en un sótano sin ventanas con un
montón de literas. Allí había gente de nuestra edad, mayor y pequeña, incluso
menores de 6 años. Victoria gritó:
-¡Las puertas se cerrarán en 5 minutos!
Me llevó hacia una litera y me dijo:
-Vaya, lo siento, deberíais llevaros muy bien.
-Pues sí.- Nos quedamos los mirándonos cuando
ella dijo:
-No voy a quedarme esperando.
-Siéntate.
-¿Por qué me has traído aquí? Yo no tengo
poderes.
-Ese anillo solo podría encontrarlo uno de nosotros.
-Entonces tengo poderes sobrenaturales.
-Ya averiguaremos cuáles son tus poderes.
-Oye, ¿qué te ha pasado en el apartamento?
-Nada.
-Yo no calificaría como “nada” lo que he visto.
-Es sólo que lo echo de menos, antes no era
así.-dijo con tristeza- y ahora a dormir.
No me había dado cuenta de que se había hecho de
noche. Fue entonces cuando vi un pequeño dinosaurio de peluche que estaba
colgado de la litera. Me dormí. Cuando
me desperté, el dinosaurio seguía allí, se escuchaban ruidos en el techo. Sería
de madrugada. En la litera de arriba había una luz. Me levanté para ver lo que
era y vi a Victoria con la mirada perdida y una linterna. Me miró:
-¿Y tú qué haces despierto?
-Lo mismo te digo.
-Estaba pensando.
-Otra vez en Cristian.
-Desde que su madre murió está diferente. Está
más serio y ya casi nunca lo veo- explicó.-Nos conocemos desde el día que nací
porque nuestros padres son amigos. Cuando él tenía 5 años y yo 4 solíamos subir
a la azotea a jugar, pero hace dos años, su madre murió y se volvió más serio,
ya que sabía que sería el próximo jefe.
Bajó de la litera y me guio hasta una pared.
-¿Dónde me llevas ahora?- dije ya cansado de dar
vueltas detrás de ella.
-Nos vamos a preparar y a ayudar.
Movió la litera vacía y apareció un túnel, era
pequeño y circular pero cabíamos.
-Cogeremos unos unas armas e iremos a ayudar y
de camino a ver si averiguamos tú poder.
El túnel subía y bajaba hasta que finalmente
llegamos a una pared de metal. En un panel de control Victoria introdujo una
clave y aparecimos en otra planta del edificio. Había armas colgadas en las
paredes, desde espadas y pequeñas dagas hasta ametralladoras.
En el
centro de la habitación había un espejo.
No sabía qué hacía allí pero me miré en él. Mi pelo castaño estaba
despeinado y los ojos verdes me brillaban más de lo normal, y eso no me
gustaba. Ella cogió su ballesta y yo vi una pistola en la esquina. Cuando
Victoria me vio mirándola dijo:
Es el cañón fantasma, puedes cogerlo pero es
difícil de manejar. En cuanto lo cogí, supe que era para mí:
-¿Y ahora cómo salimos de aquí?- pregunté.
-Eso déjamelo a mí.- se dirigió a una de las
paredes que tenía un ventanal y con una espada lo rompió. De repente gritó:
-¡Agárrate!
Me cogió y saltó. Tenía los ojos cerrados y
cuando los abrí estaba volando.
No sé cómo ni por qué pero estábamos volando.
Supuse que era el poder de Victoria, pero éste me sorprendió más que los demás.
Sobrevolamos la ciudad. Estaba completamente vacía, seguramente la mayoría de
los ciudadanos habrían ido a refugiarse a sus casas cuando intuyeron lo que iba
a pasar.
Al lado de Central Park, en la 5º Avenida, se
veían explosiones de todo tipo, de colores, de agua... Estaba más cerca la
central de los Perdidos de lo que creíamos. Bajamos por una calle lateral y una
ola de calor nos llegó. Victoria me explicó:
-Tu pistola atraviesa paredes y lanza rayos
infrarrojos. Hasta que no averigüemos tu poder solo podrás disparar.
Miró hacia la batalla:
-Ahora vamos a intentar infiltrarnos en su
comunidad, quítate el anillo ya a lo mejor te confunden con uno de ellos.
Avanzamos rodeando la gran guerra. Nos cruzamos
con uno del otro bando, pero yo le disparé.
-Tenemos que llegar hasta la central.
-¿Y eso dónde está?- pregunté.
Vamos a seguirlos para ver hasta dónde van-
explicó.
Dos soldados iban en dirección contraria a la
batalla, así que los seguí. Victoria se quedó sorprendida y, finalmente, me
siguió. Fuimos tras ellos hasta una lavandería:
-Elegís los peores sitios para vuestras
entradas- dije.
Justo cuando entramos Cristian estaba rompiendo
una lavadora.
-¡Qué haces!- exclamó alterada Victoria.
-Abrir la entrada, ¿tú que crees?- dijo sin
inmutarse.
Una de las placas de la lavadora se desprendió.
-Pasad- un pasillo se abrió.
Pasamos y Cristian me volvió a echar su mirada
de pocos amigos. Avanzamos unos metros hasta un vestíbulo. No había casi nadie
excepto un guardia que maté sin mucha dificultad con mi pistola:
-3º planta pasillo derecho puerta del final-
recitó Cristian.
-Como...- pregunté.
-Telepatía- respondió – como mi padre.
La puerta estaba abierta. Yo estaba empezando a
sospechar, no había ningún guardia.
Miré por la rejilla que quedaba abierta, y vi un
despacho con paredes acristaladas y una mesa en el centro, encima de ésta había
una placa que recitaba el nombre de Víctor Manuel, y no había ningún mueble.
Un hombre de unos 30 años de pelo negro y
rizado, estaba mirando por la ventana, se giró:
-Ya sabía yo que había que reforzar la guardia-
dijo con serenidad.
- Sabes por qué hemos venido ¿no?- dijo Victoria
con voz amenazadora. Los tres estábamos empuñando nuestras armas.
De pronto, él asintió y dijo:
-Tenéis razón, hemos perdido. Pero no nos
rendiremos tan fácil. Habréis ganado la batalla pero no la guerra. ¡Hasta
luego, manito!
Una de las ventanas se rompió en mil pedazos y
saltó. Todos quedamos desconcertados. Miramos por el hueco que había quedado y
justo en el último segundo un grifo pasó por debajo de él.
Bajo nuestros pies la batalla había llegado a su
fin.
MARÍA LUISA MAQUEDA, GONZALO PALÓ, ÁNGEL SERRANO, PATRICIA TORRES, 2º C
SILVIA MORENO, CARMEN MUÑOZ, JOSÉ MARÍA COBANO, PILAR MOTA 2º A
Tres ventanas cerradas, Antonio Martínez |
LA
HUIDA
Cuando
despertó “El Dinosaurio” todavía estaba allí. Pedro tenía la cara pálida,
debido al frío y al hambre , me recordaba tanto a mi hermano enfermo que me apiadé de él.
Mi
señor tiene dos caras , pero solo yo las
conozco, su identidad secreta es la de “El Dinosaurio”, el asesino en serie que
deja un dinosaurio de peluche como firma en cada uno de sus crímenes. A veces
siento miedo cuando llega a casa estoy insegura a su lado. Me gustaría tanto
huir de este infierno.
Mi
señor, como de costumbre, se marchó al casino. Entonces fui a la habitación de
Pedro y le llevé un caldo caliente a ese lugar tan aterrador, frío y oscuro.
Cada vez que subía me recordaba a aquella etapa tan dura que pasé .
Pedro
me agradeció la comida y me preguntó porque me encontraba allí , yo le expliqué
que muchos años atrás yo estaba en su
mismo lugar pero que pude elegir entre trabajar para él o seguir presa.
Pedro
y yo empezamos a congeniar y a entrar en confianza, pasábamos mucho tiempo
junto. Cada vez que mi señor se marchaba
iba a verlo y ya no me sentía tan sola.
Pasé
noches pensando como deshacerme de mi señor, y si era buena idea, al final
después de tanto pensar decidí envenenarle con lejía.
Una
madrugada cogí de la mano a mi amigo Pedro y salimos corriendo, sin rumbo pero
felices.
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