El vado del Quema
Llegamos por un camino
lleno de arena, medio embarrado. Alrededor de la senda y del vado encontramos enormes
árboles, una inmensidad de hierbas verdes y plantas con olores increíbles. Si
nos adentramos, a sus lados hay muchos arbustos y una cuesta que nos lleva a la
llanura que se ve a la izquierda, donde puedes parar a comer o pasear un rato
por ahí. Si damos una vuelta nos daremos cuenta que hay un aroma que enamora,
pues se te juntan todos los olores de las plantas y llega un momento que no sé
a qué te huele, pero es muy agradable. Si metemos los pies en el agua, sentimos
como si nos estuviera acariciando lentamente la piel, si nos tumbamos en la
hierba, parece que estemos flotando en una nube, pues es muy blanda, cómoda y
confortable. También sentimos como el aire nos roza el cuerpo, pues allí
siempre corre una brisa estupenda. Se oye como los árboles susurran y, si
estamos muy atentos, escuchamos como fluye el agua del arroyo. El agua puede parecer sucia, pero es cristalina y,
cuando le da el sol se reflejan todos los arbustos, plantas y personas que
pasean junto a ella. Al lado de la bajada que llega al lago, hay un desvío que
te lleva a un templete en honor a la Virgen del Rocío, donde se encuentra una
imagen de la Virgen, protegida por una estructura que se parece a una cúpula y está
rodeada por una limitación construida por unos palos de madera. Allí, durante
la romería, se lleva el Simpecado para rezar y cantar antes de meterte en el inmenso
río.
ELENA SÁNCHEZ LÓPEZ 2ºA
Desde
el lugar en que nos encontramos vemos un mar color azul intenso, con
tan solo verlo puedes sentir la fría agua chocando contra tu piel,
liberándote del sofocó del acalorado verano. Justo a mis pies hay unas
plantas color verde pistacho que se mueven al son musical de la brisa,
que trae recuerdos, además de olores tropicales.
Si
bajásemos, llegaríamos a una fina sabana de arena, más blanca que la
nieve, suave al tacto, como una bola de algodón. Imagino tumbarme sobre
ella y admirar el tesoro de plata del cielo durante la noche, sintiendo
las manos del mar haciéndome cosquillas en los pies.
En
la orilla, hay anclado un pequeño barquito color tierra clara. En su
mástil, variopintas banderas bailan junto al viento. En la línea del
horizonte, una agua tan oscura como la noche pone los vellos de punta,
se mece movida por el cabello blanco de las negras olas.
Al
fondo, unas enormes rocas cubiertas de una masa verde, parecen tortugas
gigantes; por encima de ellas se ve el celeste techo del mundo. La
abertura que hay entre los acantilados parece esta ligada por una cuerda
blanca de nubes. Si me preguntasen cual es mi lugar soñado, diría sin
duda, Hawai.
ISABEL CABANILLAS SIMÓN 2º C
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